¿Qué significa velar mientras aguardamos la segunda venida?
Nos despertamos a la medianoche por las ráfagas de viento de casi cien kilómetros por hora. El ventarrón azotaba las ramas de los árboles y silbaba al pasar por las ventanas abiertas. Las persianas se sacudían y chocaban contra los marcos de madera. A través de los listones de plástico se veían los destellos de los relámpagos. Las hojas secas crujían sobre la vereda de entrada. Se escuchaba que las gotas repiqueteaban contra el vidrio de la ventana del dormitorio.
Allí en mi cama, en ese estado entre despierta y dormida, solo podía pensar en mi huerta. Sin duda, el tremendo árbol a solo cinco metros de mi ventana tenía que preocuparme, o la vieja chimenea recubierta de hiedra que estaba rajada y vulnerable, o las puertas del invernadero que, aún abiertas, daban hacia el jardín, o mi automóvil expuesto a la intemperie y al peligro, si comenzaba a caer granizo. Pero una mente cansada no funciona racionalmente. No me importaban las coles rizadas ni el brócoli, el repollo, el maíz o siquiera los pimientos. Solo me preocupaban mis cuarenta tomateras en flor.
UNA IMPRESIÓN
Horas antes, sin imaginar la tormenta que nos azotaría esa madrugada, había estado regando la huerta después de un día seco de 32°C. Mientras sentía gran satisfacción por las prolijas hileras que presagiaban una despensa y un congelador repletos para el invierno, de pronto tuve la impresión de que necesitaba colocar estacas y asegurar las tomateras.
Había comenzado con semillas tres meses antes, y ahora, las estrelladas flores amarillas y, en algunos casos, los pequeños tomates verdes eran muy pesados para las diminutas ramas. Eso se notaba aún más cuando cada planta recibía el chorro de agua de la manguera y se doblaba, mecía e inclinaba ante la falsa tormenta. Sabía que era tiempo de brindarles un apoyo especial. Al mirar mi reloj y ver que eran casi las nueve me encogí de hombros. No necesitaba hacerlo en ese momento. Lo haría pronto. Parecían fuertes y sólidas. No les haría nada esperar un poco más.
Varias horas después, sin embargo, mientras escuchaba que la tormenta rugía, me llené de remordimiento. ¿Por qué no había revisado el pronóstico? ¿Por qué no había escuchado la impresión que Dios me había dado mientras regaba el jardín? ¿Por qué no me había preparado para esta eventualidad antes de percibir la necesidad?
LA PREPARACIÓN DEL CORAZÓN
A pesar de mi preocupación, la tormenta continuó, trayendo consigo un implacable desvelo.
Entonces me di cuenta, como a menudo lo hago, de cuán inútil era mi ansiedad y, en su lugar, comencé a reclamar varias de las promesas de Dios que se han tornado especiales durante los últimos años de hacer huerta: Proverbios 3:9 y 10, Malaquías 3:10 al 12 y Deuteronomio 11:13 al 15. Entonces, con los surcos de mi corazón preparados para ser más agradecida, obediente y receptiva a la voluntad de Dios, un tema espiritual aún más profundo comenzó a asomar mientras reflexionaba en mi situación actual a la luz de la condición del mundo.
UNA NUEVA LECCIÓN DE UN VERSÍCULO ANTIGUO
Cuando era niña, memoricé –al igual que muchos de nosotros– Mateo 25:13: «Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del hombre ha de venir». Acaso fue para un proyecto de la Escuela Sabática de Primarios, o quizá para la clase de Biblia de mi escuela primaria adventista.
Conozco bien ese versículo. Estoy familiarizada con la parábola de las vírgenes prudentes e insensatas que se encuentra justo antes. He leído y descubierto más sobre todo ese pasaje en Palabras de vida del gran Maestro. He compartido pensamientos devocionales con mis estudiantes. No obstante, ¿he vivido realmente ese versículo en mi vida diaria? ¿He estado realmente velando sin cesar? ¿Estoy usando de la mejor manera el tiempo que se me ha dado? ¿O estoy posponiendo las cuestiones espirituales más importantes para «un momento mejor» como lo hice con mis tomateras? ¿Para un tiempo que me resulte más conveniente en medio de los proyectos comunes de este mundo?
Mientras, en la cama, todas esas ideas me daban vuelta en la cabeza con tanto ruido como en la tormenta exterior, me volví sumamente consciente del hecho de que habría sido una locura salir a mi huerta en ese momento para ayudar a que mis tomateras sobrevivieran a la tormenta. De manera similar, en un sentido espiritual, es demasiado tarde pensar en prepararse para la tormenta cuando la tormenta ya está sobre nosotros. El tiempo para prepararse es ahora, aun cuando no veamos la tormenta en el pronóstico.
UN PROPÓSITO RENOVADO
Como adventistas, vemos que se avecina una tormenta. Sí, hemos estado enfrentando algunas tormentas en el mundo en los últimos meses. Son tormentas centradas en la salud, la etnia o la política. Ellas, sin embargo, aún no son la tormenta que, sabemos, se aproxima. No sabemos exactamente cómo será. No sabemos realmente qué sonido tendrá. No sabemos específicamente cuándo nos alcanzará. Sin embargo, deberíamos estar velando, esperando y preparándonos ahora. Deberíamos «colocar las estacas y asegurar las tomateras», fortaleciendo y edificando nuestra fe, apuntalando nuestro corazón, almacenando las promesas de Dios en la mente, buscando al Señor con fervor, y escuchando la conducción de su Espíritu Santo. Entonces, cuando llegue la tormenta, por la gracia de Dios, nuestras ramas estarán listas para soportarla, porque estarán afirmadas con seguridad en la vid de su fuerza.