June 9, 2022

El sueño de Emily

Y los sueños de Dios…

Daniel Bosqued

En la delegación española tenemos un grupo de WhatsApp. Es algo común hoy en día. Facilita mucho la coordinación en los viajes, y además de compartir anécdotas del día a día, aprovechamos para compartir pensamientos y reflexiones. 

Esta mañana Enoc, nuevo preceptor del Campus Adventista de Sagunto, ha comenzado el día hablando de sueños…así que me permito seguir por aquí la conversación.

Siempre que hablo de sueños me viene a la mente Martin Luther King Jr. Acabo de descubrir que él también estuvo en Saint Louis al menos en nueve ocasiones mientras luchaba por cambiar el mundo. A pocas calles del America’s Convention Center donde estamos asistiendo al Congreso de la Asociación General, está la Washington Tabernacle Church donde Martin Luther predicó unos meses antes de su famoso discurso “I have a Dream” el 28 de agosto de 1963 en Washington. Su sueño impregnado de visión y pasión fue clave en la lucha por la igualdad de las razas y desde entonces se ha convertido en un símbolo inspirador para toda la humanidad. 

Y es que a veces, los sueños cambian vidas. 

Ayer finalizaron los nombramientos de los líderes que, a nivel internacional, guiarán los pasos de la Iglesia durante los próximos años. No sé si alguien tenía sueños o aspiraciones personales que no se han cumplido. Nombramientos esperados que no se han producido. Puestos que no se han concretado

Quizá algunos sueños de servicio se han hecho realidad para algunos, y los nombramientos forman parte de su aventura de fe con el Señor. Es bonito ver cuando los sueños nobles se cumplen. Pero en ocasiones la influencia de este mundo, que trata de cegarnos con luces, poder y reconocimiento, nubla nuestras aspiraciones y confunde nuestros sueños de grandeza…

También les pasó a los discípulos −amigos cercanos de Jesús− que durante tres años y medio intentaron por todos los medios conseguir los mejores puestos. Ser elegidos para los cargos más importantes. Mandar más que nadie. 

Desde Juan hasta Judas, con diferentes estrategias personales, todos ellos se equivocaron −para tristeza de su paciente maestro−, soñando los sueños equivocados. Jesús, en Mateo 18:1-3, tuvo que darles una lección fascinante indicando que la verdadera grandeza comenzaba con la humildad de un niño. Pero les costó entenderlo. 

A nosotros también. 

Y mientras escribo estas líneas desde Saint Louis, resulta que el mundo sigue más allá de este Congreso. Siguen las guerras. Siguen las luchas, las dificultades…y los sueños. 

Hoy nos ha llegado el sueño de Emily. Es una preciosa niña de siete años que tiene una grave leucemia desde hace demasiado tiempo. Ha vivido muchos milagros en su vida. El último, fue que su familia consiguió reunir más de 700.000 U$D para pagar el último tratamiento que la ciencia humana tiene como recurso. Parecía imposible, pero en 11 días, tras una movilización histórica por las redes, y la colaboración de miles de donantes, lo lograron. Volaron a Barcelona. Allí tuve la oportunidad de visitar a la familia, conocer a Emily, ungirla, abrazarla, emocionarme y desde entonces oramos cada día por ella, sumándonos a un ejército de soñadores.

No lo tiene fácil. Humanamente −curiosa palabra− no hay muchas esperanzas. Pero hoy Emily ha tenido un sueño, y lo ha compartido. Soñaba con la segunda venida, y tenía la ilusión de que, por fin, Jesús le iba a regalar un nuevo nombre. 

Ver a Emily, a punto de enfrentarse a un tratamiento complejo, con la ilusión, inocencia, fe y humildad de su preciosa infancia, ha sido emocionante. He visto grandeza. De esto hablaba Jesús a los discípulos.

Dios también tiene sueños para nosotros. Tiene sueños “de paz y no de mal, para darnos el fin que esperamos” (Jeremías 29:11). Y este versículo me recuerda que todo lo que hace la iglesia, desde un Congreso con miles de delegados de todo el mundo, hasta una oración por una niña en una sencilla habitación de hospital, tiene el mismo propósito: contar al mundo que el sueño de Dios termina bien. Muy bien. 

Nada más. Y nada menos.

Ojalá un día dejemos de soñar con “grandeza”, un futuro “próspero”, y raudales de “influencia” a nuestro alrededor, y podamos soñar los sueños de Dios. Me recuerdan a los sueños de una niña…

Felices sueños querida Emily.

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